Hoy es más que un lugar común afirmar
que vivimos un tiempo de crisis, quizás una de las más radicales de la
historia. La humanidad, como un gigantesco hijo pródigo, pidió a Dios la parte
de su herencia, para aventurarse a vivir libremente y con total autonomía. Las
distintas sociedades jaqueadas por una subversión de todos los valores que
habían fundado la grandeza de la sociedad cristiana, han quedado libradas a sí
mismas, girando desquiciadamente sobre sí.
Y dentro de estos tiempos de
contratiempos nos encontramos nosotros: los sacerdotes de Jesucristo. ¿Qué
sentido tiene ser sacerdote hoy en un mundo que ha llegado a su
‘meta-tentación’?: “La tentación del rechazo de Dios en nombre de su propia
humanidad” (Juan Pablo II, Discurso a los obispos de Francia, 1º de junio de
1980). La Iglesia nos llama a los sacerdotes y seminaristas a no dejarnos
llevar por el desaliento que puede invadir nuestra alma, principalmente al
advertir cómo en el mundo secularizado de hoy nuestra identidad sacerdotal no
es ni comprendida ni debidamente valorada. El sacerdote se encuentra como si de
golpe la sociedad le hubiera negado sentido a su existencia. La sociedad cree
poder vivir sin nosotros, y en ocasiones no teme decírnoslo con total
franqueza.
Por esto el sacerdote debe volver
siempre a la pregunta sobre su identidad y misión, pero para preguntarle a
quién sólo nos puede dar la respuesta verdadera: el Divino Maestro,
preguntémosle quiénes somos, cómo quiere Él que seamos, cuál es, ante Él,
nuestra identidad. Y Él nos dirá: “Sois sacerdotes! ¡Sois necesarios, más aún,
imprescindibles”.
Juan Pablo II en su alocución al clero
español en 1982 resumía nuestra identidad en tres palabras: “llamados,
consagrados, enviados”. Esta triple dimensión explica y determina la identidad
del ya sacerdote y perfila la del seminarista camino a las sagradas órdenes.
Sí, somos –y debemos decirlo con humildad pero con santo orgullo- depositarios
de la salvación para los hombres, testigos de un Reino que se inicia en este
mundo, pero que llegará a su perfección en el más allá.
No debemos olvidar nunca que lo que se
pide al sacerdote en estos tiempos tan difíciles por los que atraviesa el mundo
y la Iglesia es que dé a Jesucristo, con sus palabras y sobre todo con el
ejemplo de su fe. “Sacerdos, Alter Christus” (El Sacerdote, otro Cristo).
¿Qué significa ser sacerdote hoy? Hoy,
como siempre, ser sacerdote es aceptar el compromiso de vivir completamente al
servicio de Dios, extendiendo su Reino en el mundo. Pueden cambiar las
circunstancias, lo que no cambia es la elección que Cristo ha hecho de nosotros
desde la eternidad. Somos los mensajeros de un anuncio que el mundo necesita.
Trabajemos sin descanso y descubriremos la alegría de ser un obrero de la viña
del Señor. Nuestro trabajo es ante todo de orden espiritual y seremos tanto más
eficaces cuanto más estemos unidos a la Vid verdadera, que es Cristo, Sumo y
Eterno Sacerdote.
Al concluir estas palabras convierto
en afirmación la pregunta inicial: ¡Sí, vale la pena ser sacerdote hoy! -
Porque nuestro sacerdocio, según el apremiante llamado del Papa Benedicto XVI a
la Nueva Evangelización, debe ser presentado al hombre de hoy a través de
“nuevos métodos, nuevo ardor y nueva expresión”, pero en exquisita fidelidad al
sacerdocio de siempre, porque es una participación en el sacerdocio eterno de
Cristo, que es el mismo ayer, hoy y siempre.
Renovemos los sacerdotes el deseo de
una vida santa para Gloria de Dios y bien de las almas; que renueven los
seminaristas el deseo de seguir caminando, firme y decididamente, en pos del
sacerdocio; que nuestros jóvenes se animen a mirar a los ojos a Jesucristo,
quien mirándolos con amor los llamará vivir la más apasionante de todas las
aventuras: la de dejarlo todo para seguirlo a Él.
Escrito del
Padre José Medina para la Revista “Padre de Todos” de la Diócesis de Getafe,
Madrid, edición del mes de marzo de 2011, Nº 178.
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