«Abre, Señor, nuestro corazón, para que nos adhiramos a tus palabras» (Hc 16, 14).
Dios resiste a los soberbios y los humilla, para que en la impotencia humana resalte con evidencia la omnipotencia divina. Así cuando Israel se ensoberbeció por los privilegios de su elección, Dios lo afligió y lo podó enérgicamente por medio del destierro y la cautividad, reduciéndolo a un «resto» de gente pobre, humilde y despreciada. Precisamente a este «resto» se dirigían los profetas para mantener despierta su esperanza en las promesas divinas. Así Ezequiel habla de un «ramo» que Dios cortará del cedro fuerte y robusto, para trasplantarlo «sobre un monte elevado». «Echará ramas», de modo que «debajo de él habitarán toda clase de pájaros» (Ez 17, 22-23). Profecía mesiánica que enlaza con la de Isaías: «Saldrá un vástago del tronco de Jesé, y un retoño de sus raíces brotará» (11, 1). Según lo ha prometido Dios, el Salvador saldrá de Israel; no de un Israel fuerte y poderoso -el cedro elevado-, sino humilde y fiel, como lo fue la Virgen María; de ahí saldrá el pequeño «ramo» del que se originará el pueblo de Dios.
El mismo estilo continúa usando Dios en el mundo para instaurar su reino y salvar a los hombres. Deja a un lado a los grandes y poderosos y se sirve de criaturas y cosas humildes y pequeñas; lo mismo que es pequeña la semilla echada en el campo es insignificante el grano de mostaza. Jesús se ha servido precisamente de estas imágenes para dar a entender que el reino de Dios no es una realidad que se imponga por el poder o la grandeza visible, sino una realidad escondida, sembrada en los corazones humildes, pero que tiene una vitalidad y una fuerza de expansión inimaginables. El hombre no puede percibirlo, como el labrador no puede verificar de qué modo la semilla confiada a la tierra germina y se desarrolla; crece ciertamente, aunque él «ignore» cómo se efectúa.
Las parábolas evangélicas de la semilla y del grano de mostaza (Mc 4, 26- 34), al mismo tiempo que un reclamo a la humildad, único terreno apto para el desarrollo del reino de Dios, lo son también a un sano optimismo fundado en la eficacia infalible de la acción divina. Aun cuando los hombres se perviertan hasta negar a Dios, considerarlo «muerto» u obrar como si no existiese, él está siempre presente y operante en la historia humana y sigue esparciendo la semilla de su reino. La Iglesia misma que colabora en esta sementera, muchas veces no ve los frutos; pero es cierto que un día madurarán las espigas.
Entretanto
hay que esperar con paciencia, la hora señalada por Dios, como el labrador
espera sin inquietarse que pase el invierno y que germine el grano. Hay que
esperar también con humildad, aceptando ser «grano de mostaza» o «pequeño
rebaño», sin pretensiones de pueblo poderoso y fuerte. Y esto que es cierto
para la Iglesia, lo es también para los particulares. También en el corazón del
hombre se desarrollan el reino de Dios y la santidad escondidamente; por eso no
hay que desanimarse si después de repetidos esfuerzas se encuentra uno débil y
defectuoso. Hay que perseverar en el esfuerzo, pero confiando sólo en Dios,
porque sólo él puede hacer eficaz la acción del hombre.
Oh Dios, fortaleza de los que en ti esperan, escucha el grito de la humanidad víctima de una debilidad mortal: nada podemos sin tu ayuda; socórrenos con tu gracia, para que, siguiendo el camino de tus mandatos, podamos agradarte con las intenciones y la obras. (Misal Romano, Colecta).
¡Oh Dios omnipotente, que para muestra de tu
omnipotencia escoges las cosas viles para confundir las altas, y tomas las
cosas flacas para destruir las fuertes, y por instrumentos pequeños haces cosas
grandes, para que ninguno de los mortales pueda gloriarse en sí, sino en ti!
Concédeme que de corazón ame y abrace las cosas pequeñas que tú escogiste, para
que sea digno de alcanzar las grandes que en ellas encerraste. Sea yo, Salvador
mío, grano de mostaza, molido, como tú, con desprecios y tormentos, para que
alcance los eternos descansos. (Luis de la Puente, Meditaciones, III, 46, 1)
Tomado del libro INTIMIDAD DIVINA,
del P. Gabriel de Santa María
Magdalena, OCD.
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